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VIÑETA DE 'FORGES'

Un ‘Titánic’ llamado Perú

Publicado: 2018-03-27

“Una revolución sin revolución”. Algo así ha ocurrido en Perú a fines de la semana que pasó y eso es lo que Gramsci definía como “revolución pasiva” para hacer alusión a este proceso que procura evitar que las masas sean (o sigan siendo) activas y se vuelvan protagonistas. Es el “cambio” pero impulsado desde arriba, desde las élites, desde quienes conforman la clase dominante y, en suma, lo abanderan con la única condición de que “nada cambie realmente”.

Es inevitable identificar señales y no mirar lo vivido a través de esos anteojos (gramscianos). Sobre todo cuando el viernes pasado, el aplauso al recíén nombrado (que no elegido, ojo) Presidente del Perú, Martín Vizcarra, ha sido unánime y no por cortesía, sino por lo que parece una auténtica convicción de que es el salvador de una tragedia que vivimos desde ese 21 de diciembre en que PPK se salvó de una vacancia merecida aunque lo hayamos visto tarde. 

Dice Rocío Silva Santistevan que el intento de vacancia de aquel 21 de diciembre abría una caja de Pandora de debilidad democrática. Esto es cierto y voy más allá: ese fue el inicio del quiebre democrático (que no institucional) que ha encontrado su primer punto de llegada en la juramentación de Vizcarra, pero no su punto final. Y esto es clave. Aquí no ha acabado -ni empezado- nada.

Me sorprende y en algunos casos decepciona, el optimismo casi eufórico de ciertos analistas respecto al papel del nuevo Presidente. Una mezcla de ingenuidad, acaso voluntaria, que los hace referirse más al “momento Vizcarra” que al sujeto. Pero me decepciona aún más la incoherencia en los consejos brindados al nuevo mandatario. Todos coinciden en el diagnóstico y hasta se repiten en las palabras que utilizan: a Vizcarra le espera un “reto titánico”. No puedo estar más de acuerdo. En efecto, lo que tiene por delante implica una responsabilidad crucial con el país y, por lo mismo, este es el momento de liderar los cambios urgentes. Pero no. Los mismos analistas que aplauden sonoramente este nombramiento y muestran su confianza en que sabrá liderar el momento histórico que tiene por delante, sugieren mantener las aguas calmas, el vaivén sereno y la “sensatez” -nunca mejor entrecomillada- para no, y cito, “desestabilizar” lo que, por cierto, ya está inestable. ¿O es que acaso Vizcarra ha sido producto de la normalidad política del país?

Y es en aras de esa estabilidad, que se le pide al Presidente atacar a la corrupción, pero interpretando que eso se traduce simplemente en mantener la separación de poderes, o aplauden el nombramiento de un gabinete ministerial totalmente nuevo, pero luego sugieren uno de “centro-derecha” porque, y vuelvo a citar sorprendida, “PPK ganó por ese espectro político”. Algunos tal vez mejor intencionados, sugieren que el gabinete nuevo sea conformado por “peruanos ilustres” que tomen decisiones por encima del “cálculo político”.

Ningún demócrata puede estar en contra de la separación de poderes, pero ningún demócrata realmente serio puede creer que en el Perú dicha separación existe de manera cabal o, para no ir tan lejos, nadie puede pensar que la lucha contra la corrupción se garantiza sólo con una separación efectiva. Si los últimos presidentes están cubiertos hasta el cuello de los escándalos de corrupción, y si PPK se ha visto obligado a irse por el mismo delito, quizá ya estamos en otro momento. Quizás toca cumplir mínimos concretos de transparencia, comprometerse a comparecer una vez al mes en el Congreso para dar cuenta de avances concretos en la lucha anticorrupción, fiscalizar también políticamente el cumplimiento de temas como la reparación civil que parece ser nunca pagada por quienes la tienen de condena, entre otras medidas. Y, por otro lado, nadie podría estar en contra de un gabinete nuevo. Este es tal vez el mejor anuncio del discurso del viernes pasado, pero si alguien cree que el “antifujimorismo” (que fue quien llevó a PPK a la presidencia) es homogeneizable bajo el rótulo de “centro-derecha” es que ha entendido tan poco como PPK por qué ocupó el sillón presidencial. Pero además, claro que es necesario que los nuevos ministros tomen decisiones con mirada larga y no por réditos políticos o electorales (que no es lo mismo que cálculo político, ojo), pero en un contexto de crisis como el que vivimos no hay nada más urgente que poner la política en primer plano. La Política en mayúsculas. Pienso por ejemplo en un gabinete conciliado pero no solo entre las fuerzas políticas sino con el país, con la sociedad civil, con las regiones y con los actores políticos. Un gabinete que comulgue con objetivos mínimos planteados para, y aquí está el detalle, los próximos meses. Un acuerdo de mínimos, sí, pero no por eso medidas menos arriesgadas. Los acuerdos mínimos no son acuerdos descafeinados. Son los acuerdos urgentes y pueden ser, tal vez, los pasos de inicio de las reformas más radicales. 

Pero, como decía, el error de buena parte -si no la mayoría- de nuestro escenario mediático es que, al parecer, asumen que el nombramiento de Martín Vizcarra es un punto de inicio y no un punto de inflexión. Un error de diagnóstico que, por lo mismo, puede agravar aún más la situación que vive el país. Empleando la palabra que ellos mismos utilizan diré que en esta labor “titánica” asumida por el nuevo mandatario, no hay peor opción que la de mantener el rumbo fijo, el ritmo sereno y las aguas calmas. La única forma de evitar que el Titánic choque con el iceberg es cambiando de rumbo, virando la dirección y hacerlo a tiempo. Capear el temporal es una receta cobarde, errada y costosa. 

VIÑETA DE 'EL ROTO'


¿CAMBIO O RE-CAMBIO? 

En marzo de este año GFK ya presentaba cifras alarmantes antes de los “kenjivideos”: 49% de encuestados opinaba que PPK y sus vicepresidentes debían renunciar para que Galarreta convocara a elecciones. Pero el dato aún más elocuente es que sólo el 22% de encuestados creía que “en caso de que Vizcarra asumiera la presidencia” pudiera culminar el periodo de gobierno hasta el 2021. ¿Nos atrevemos a preguntarnos por qué? Lanzo una idea: la incertidumbre. Y no la lanzo gratuitamente. Lo hago como provocación a aquellos que buscan defender una estabilidad que ahora mismo no existe. Lo que hay es una certeza, pero eso es otra cosa.

Hay niveles distintos de incertidumbre durante los procesos políticos. No es lo mismo el momento incierto del “cualquier cosa puede pasar” que atravesábamos en diciembre, sobre todo con el indulto de Alberto Fujimori, que el momento de incertidumbre resignada sobre la gestión que puede liderar Martín Vizcarra. Nos guste o no Vizcarra, sabemos qué es lo que le toca hacer: gobernar. Sabemos, en términos laxos, la labor que corresponde a un Presidente. Sabemos, desde que le pusieron la banda presidencial, que a ello le sucedería un discurso a la nación, un nombramiento de gabinete ministerial, y luego políticas diversas que presentará y liderará. Repito: nos gusten o no sus medidas, tenemos ciertas certezas sobre el devenir. Y por eso me atrevo a pensar que el aplauso generalizado responde más a una añoranza de certezas que de la confianza sincera en una gestión sobre la cual todavía hay muchas dudas.

Todo esto se analiza mejor cuando miramos los últimos meses, aquellos del momento pánico del “cualquier cosa puede pasar”. Tanto podía pasar “cualquier cosa” que ahora tenemos a un condenado libre. El desconcierto menos sublime de los últimos tiempos graficado en la cena navideña del 24 de diciembre del 2017. El indulto a Alberto Fujimori no fue la gota que colmó el vaso, fue la gota que lo rompió. Y por lo mismo la incertidumbre fue de otro tipo. En esa sucesión nefasta de acontecimientos, nuevamente el antifujimorismo demostró ser mucho más que “el centro-derecha” del país y la evidencia la tenemos en Palacio de Gobierno desde este viernes.

Hagamos el ejercicio, entonces. Miremos las cifras de aquel momento. O, aún mejor, recordemos a los mismos opinadores de los que hablábamos al inicio de este texto y recordémonos también a nosotros. ¿Acaso no apostábamos por la dignidad del gabinete ministerial de entonces expresada en renuncias luego del indulto? ¿Acaso no las aplaudíamos ya fuera en un ministerio o en un escaño del Congreso? ¿Acaso no hubo más de uno que lamentó que ni Vizcarra ni Aráoz dieran un paso al costado y mantuvieran sus cargos? Sólo por si alguien se ha confundido: ese Vizcarra es este mismo Vizcarra.

Y esto no va de golpear a Vizcarra, de querer ponerle el obstáculo antes de que empiece, ni de ser oposición por ser oposición (cosa que debiéramos ser más a menudo, lo digo ya), sino de ser responsables con lo que hemos vivido. Ni Vizcarra es un recién llegado, ni su recién iniciado gobierno tiene un cheque en blanco ni un periodo de adaptación. El aplauso no es a Vizcarra, sino a la salida de PPK. El aplauso es a la capacidad de haber enmarcado este tránsito en cauces institucionales y constitucionales, pero no a lo que ha venido a reemplazar el lamentable periodo anterior. El aplauso en ningún caso debe ser cómplice y eso a veces supone no aplaudir. 

El discurso presidencial en el que enumera una lista de buenas intenciones sin anunciar nada realmente de fondo que implique un cambio, es más de lo mismo. Qué distinto hubiera sido en lugar de oír que “lo que ha sucedido debe marcar el punto final de una política de odio y confrontación”, un mea culpa por su participación en un gobierno cuyo líder -quien lo designó vicepresidente- tuvo que renunciar por presión social, o un reconocimiento de que la “reconciliación” no puede existir vacía de contenido sino con una justicia que, entre otras cosas, garantice la memoria histórica. Qué distinto hubiera sido escucharlo decir que respetará el fallo de la CIDH pero no por eso evitar afirmar que ese indulto es un error político y una falta de respeto a la mitad de peruanos que son los que, qué curioso, lo sostienen ahora en ese puesto. Ese fue tal vez el momento más importante de este punto de inflexión iniciado con su nombramiento y fue una oportunidad perdida para garantizar cualquier atisbo de cambio.

No nos equivoquemos, que las cosas sigan igual y serenas pero con otro nombre y otro rostro no es cambio ni mucho menos una solución. La política no es el intercambio de figuritas en un álbum de panini, el “yala-nola” en el patio del recreo. Es la apuesta por asumir un rol. Vizcarra asumió ya uno muy claro este viernes: mantener el rumbo. Y no lo ha hecho solo. Lo ha hecho con el aplauso generalizado y sonoro de los analistas y opinadores mayoritarios en el país. Y sólo eso es una primera derrota para quienes esperamos más no de Vizcarra, sino de este momento de quiebre democrático. Su apuesta es ser el “re-cambio” de PPK, pero no el cambio para el país. Un “re-cambio” útil pues no tiene a la corrupción ensombreciendo el camino, un re-cambio efectivo pues está dispuesto a mantener el timón como lo llevaron sus antecesores, con pequeños virajes en algún que otro punto concreto, pero nada que implique una nueva ruta. Un rumbo que invariablemente nos conducirá al mismo iceberg, pero eso sí, estaremos todos contentos y calmados hasta el choque. 

Es en los momentos de crisis que se abren las grietas por donde se abren paso las verdaderas revoluciones, siempre que no permitamos que se cierren por arriba, por el lado de siempre, con el liderazgo de los de siempre y con las fórmulas que ya conocemos. Un aplauso cómplice que avala un borrón y cuenta nueva implícito no es una solución a la crisis, es sólo un paliativo. Una convocatoria a elecciones con las mismas reglas de juego y los mismos actores políticos, también. Este es el momento de las propuestas arriesgadas o tal vez, quién sabe, de sólo una.

Pero esto ya es motivo de otra columna.


Escrito por

Laura Arroyo Gárate

Feminista, lingüista, trabajólica y miope. 100% peruana.


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Altoparlante

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