Cuando llegué a España lo hice en un arranque de supervivencia aunque aún no lo sabía. A inicios del año 2011 trabajaba como coordinadora periodística en un semanario político llamado “Hildebrandt en sus trece”, donde debo haber aprendido más que en cualquier otro trabajo sobre ese periodismo que se hace con responsabilidad cuando un oligopolio mediático busca vender versiones convenidas de la realidad antes que informar a la gente. Fue en este espacio que me tocó seguir con mucha precisión e interés dos procesos que en aquel momento para mí eran paralelos: las elecciones en Perú y el 15M en España. 

La segunda vuelta peruana entre Ollanta Humala y la hija del dictador Alberto Fujimori (condenado por delitos de lesa humanidad sentando un precedente a nivel internacional) me colmó, confieso, de una ilusión y energía que no había sentido antes. Me metí de lleno en esa campaña. En el medio de esa campaña ocurrió el 15M. Lo miraba a la distancia emocionada. Sentía, en realidad, que no nos separaba tanto ni nos diferenciaba mucho. Que al final del día era gente haciendo suyo el espacio público y volviendo a participar en política porque ya estaba bueno de la austeridad que sufrían las mayorías. En Perú, el voto por Humala era una reivindicación de luchas anteriores por recuperar nuestra democracia y nuestra dignidad. ¿Ves? Mira que tan distinto no era.

La victoria de Humala la celebré como pocas. El mitin luego de recibir los resultados será, seguramente, de los que nunca olvide y por lo mismo, lo que vino luego dolió tanto. Al cabo de unos meses vi frente a mis ojos como “ganar” no significaba tener el poder de cambiar cosas. O, en todo caso, de cambiar las importantes. Hace falta siempre, además de la confianza de la gente, una coherente voluntad política. Esa voluntad que tienen los grandes líderes. Ollanta Humala, con todo el respeto que me merece, no la tuvo.

Es difícil cuando una pone tanta esperanza y tanto de sí misma en las transformaciones y los proyectos en que confía, sobrellevar las derrotas. Algunos dicen que el trabajo de un comunicador político no tiene nada que ver con la ideología o con ser coherente con lo que uno piensa. Que es un trabajo técnico que puede desligarse de aquello en lo que crees. Yo no puedo hacer eso y, por lo mismo, luego de ese 2011 agridulce, volver a la carga fue difícil.

Cuando en diciembre esperaba con mamá y mi hermano que llegara el momento de subir al avión, habían una pregunta para mí en el aire: “¿qué encontrarás por allá?”. Nadie lo sabía. Ni yo. Algunos meses después tuve la sensación de irlo entendiendo. Hoy, lo entiendo del todo.

Hay un refrán que dice “uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Yo lo he variado un poco. A veces ocurre que “uno no sabe lo que pierde hasta que lo recupera”. Eso me ha pasado en estos últimos meses y con mucha más fuerza esta última semana. Fui consciente de lo que había perdido en Perú hace ya cuatro años y pico, cuando me vi un día de estos gritando “sí se puede” con toda la convicción de que era cierto. No como parte del trabajo cotidiano, o como parte del trabajo que aquí ha significado estos meses en Podemos. No. Un “sí se puede” espontáneo y sincero.

Podemos y España este 2015 significa esto para mí. La convicción sincera de que siempre se puede. De que cuando la gente se une, siempre se puede, en este como en cualquier lugar del charco. En este como en cualquier otro país del mundo. En este como en cualquier otro momento de la historia. Y que si alguna vez te decepcionaron eso no quiere decir que “no se pueda”, sino que para que se pueda, pues tal vez hay que intentarlo de nuevo, con más fuerza y con más gente.

Estas líneas las escribo a casi un año de haber partido de Perú para vivir, sin saberlo, una de las lecciones más importantes que me llevaré para siempre en la cabecita y el corazón. Podemos será siempre para mí más que un partido, una herramienta o un momento. Podemos será siempre ese recordatorio de que ese verbo es el más fuerte de todos en cualquiera de sus conjugaciones.

Hoy siento que en España se puede, y gracias a eso siento que en Perú, cuando toque volver, se podrá.

Gracias Pablo y gracias España por devolverme la esperanza para llevarla y esparcirla por todos los lugares a los que me lleve el cambio.