#ElPerúQueQueremos

Todos somos Ivo

Publicado: 2014-09-18

Lo recuerdo como si fuera ayer. Era la noche de un sábado y me encontraba en el cumpleaños de algún compañero músico cuando me entró una llamada. 

- Aló, ¿Laura? ¿Laura Arroyo? Soy Dánae. Dánae Rivadeneyra. 

- Hola Dánae, ¡cuéntame! 

Me sorprendió la hora de la llamada pero lo que vendría a continuación me dejó helada.

 - Han atropellado a Ivo. A Ivo Dutra. Su papá acaba de llamarme porque necesita comunicarse con alguien del semanario para informar lo sucedido.


Conocí a Ivo cuando trabajaba como coordinadora general en el Semanario “Hildebrandt en sus trece”. Recuerdo que llegó a la oficina cuando empezábamos a cubrir la campaña electoral del 2011. Lo llamaba de un momento a otro para decirle que lo necesitábamos en algún lugar de la ciudad para cubrir al candidato X. En más de una ocasión me contestó: “¡Pucha! Está al otro lado de Lima, pero descuida, me baño y salgo.”  

No recuerdo que Ivo me hubiera dicho “no” cuando se trataba de ir a cubrir una comisión. A veces se desaparecía del radar, sí porque en su relajo cotidiano perdía el celular u olvidaba cargarlo y yo, hecha un remolino de estrés, lo buscaba hasta debajo de las piedras. Pero siempre aparecía con la misma sonrisa en el rostro, como si no hubiera estado desconectado dos días dejándome a merced de mi propio vértigo al no poder cubrir una comisión. Me encontraba con cara de histeria y al borde de los gritos, pero lograba calmarme con su clásico “Ya pues, Lauuuuurita” y ahí se acababa la discusión, hasta la siguiente ocasión en que su batería se diera por vencida.

La última vez que lo vi fue en el cierre de un jueves. Recuerdo que César, en un momento de la tarde, salió de su oficina y lo felicitó por las fotos que había tomado en la última comisión. Su sonrisa dejó de ser de relajo. Se puso de una pieza. Creo que nunca lo había visto tan auténticamente orgulloso (y arrochado, por qué no decirlo) por un halago. Cogió su cámara con seguridad y salió rumbo a su casa.

Aquel sábado, cuando entró la llamada de Dánae se inició una hora interminable. La angustia era inmanejable, como ocurre cuando quieres a alguien. Durante los siguientes seis días hicimos guardia en la clínica, junto a sus amigos. Si hay algo que recuerdo de Ivo es que es (y lo digo en presente) muy querido. Recuerdo que grabamos algunos mensajes en una grabadora para ver si al ponérselos al oído lográbamos que respondiera de alguna manera.

Recuerdo la impotencia. La voz dolida y quebrada de Ana, su madre. Los ojos agotados de su padre Ivo. Recuerdo el ambiente triste de esa semana en el semanario. El temple de Claudia para escribir la nota sobre lo acontecido, una nota donde dejó su alma…lo sé. Recuerdo a todos, casi hablando en susurros y caminando con disimulo, como si cualquier ruido pudiera quebrar el tiempo y confirmar lo que más temíamos.

Y eso ocurrió seis días después.

El viernes 12 de agosto nos dieron la noticia: Ivo no despertaría más.

Confieso que sigo resentida por la forma en que nos lo arrebataron y cada vez que lo pienso, como ahora, me colma el dolor. A Ivo se lo llevaron de una forma irracional e injustificada. Se lo llevaron cuando cruzaba la Avenida La Marina, amparado en el sentido común y las normas. El semáforo lo protegía, marcaba rojo para los autos, pero un chofer se zurró en las normas, pensó en la batalla del centavo, en que a mayor velocidad, más pasajeros y, en consecuencia, más dinero. Y cruzó. Y todo lo que ocurrió después fue causa de ese segundo en que un chofer decidió que respetar las normas no servía de nada.

Pero si la impotencia es hasta ahora dolorosa, la rabia que me causa escuchar a algún dirigente de una empresa de transportes decir que Ivo fue atropellado por imprudente es aún mayor. Las cámaras de seguridad de las tiendas aledañas captaron el momento. Hemos visto lo que ocurrió. Esa mentira no hace sino golpear el recuerdo doloroso que tenemos de la partida de un amigo. Pero también, justificar perversamente lo que es un modus operandi de estos vehículos donde cada pasajero es una tarifa y no una persona. Donde la carrera se justifica porque gana el vivo. Donde la informalidad campea pero se ampara en la “costumbre” en el “así es pues, señorita”, en el “pie derecho”, en el “baje como pueda”.

A mí me duele y me dolerá siempre Ivo. Pero Ivo no es la única víctima de este sistema absurdo al que disfrazamos de “sistema de transporte”. Ivo me duele, sí, pero también me alerta. Porque Ivo pudo ser mi hermano al cruzar la avenida, o mi madre al regresar del trabajo. Pudo ser mi mejor amiga Jimena una noche cualquiera o pude ser yo al creer que el semáforo en aquel cruce tenía un significado. Ivo pudiste ser tú que lees o cualquiera de los que te rodean. Ivo somos todos. La pregunta es, ¿hasta cuándo lo seremos?

#TodosSomosIvo


Pd: El viernes anterior al atropello hablé con Ivo por teléfono. Le encargué una comisión para el sábado en la mañana. Recuerdo que me preguntó “¿y eso es todo?” Y le contesté “Sí. Luego eres libre como el viento”. Mientras no se haga justicia, no será libre. Y hasta que no lo sea, seguiré ahí, contigo, Ivo.


Escrito por

Laura Arroyo Gárate

Feminista, lingüista, trabajólica y miope. 100% peruana.


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Altoparlante

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